Un paso más en esa innecesariamente lenta batalla contra el tabaquismo, y otro hito en el deporte que es el puteo a los fumadores: en Nueva York (los Ñiushores, que decía nuestro Darío Adanti), ya está prohibido fumar en recintos abiertos tales como parques o playas. La campaña, acompañada del exitoso lema «Smell Flowers, Not Smoke» («huele las flores, no el humo») ya es tan popular entre algunos neoyorquinos que creen que la medida ayudará a limpiar el aire de la ciudad (dará gusto respirarlo asomados a sus monovolúmenes camino del curro) como despreciada por los fumadores que ya solo pueden practicar su vicio en aceras, aparcamientos o su casa.
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Y en España, por cierto, los pocos que sigan pegados a sus cigarrillos pueden ir apretando el ojete, porque todo lo que llega de Nueva York, ya se sabe, se importa a través de una revista moderneque, y al cabo de unos años, cuando ya se ha pasado de moda, se lo apropian las instituciones y ¡zas! Prohibido fumar en todas las playas de la península. ¡Ah!, si lo hacen en Nueva York.... Es lo que tiene esa ciudad. Nueva York, Londres, Berlín, tienen ese magnetismo. Si se les hubiera ocurrido en Francia, a lo mejor haríamos lo contrario solo por joder, como siempre, pero con Nueva York...
Lo más gracioso de esta larga agonía del fumador, sin embargo, es que nunca deja de quejarse, ni dejará de hacerlo ahora. Los perseguidos insistirán en el «no, si al final nos obligarán a —por ejemplo— vestir capuchas como los leprosos en la edad media», y solo por decirlo, esto les ocurrirá, como se les ha ido jodiendo lenta pero meticulosamente hasta ahora. Y por eso la lucha contra el tabaco es divertida, como jugar a los marcianitos. Porque los marcianos siguen viniendo a por más.
Fuente: El jueves.